miércoles, 25 de septiembre de 2019

Arthur Conan Doyle "Un caso de identidad"



Un caso de identidad

Arthur Conan Doyle
(1859- 1930)

Sherlock Holmes miraba disimuladamente por la ventana para afuera, cuando dijo:
–¡Una clienta! Ese caminar inseguro, esa expresión de duda en aquella mujer,
me hacen pensar que necesita un consejo.
Efectivamente, después del timbre, entró. Mostraba gran preocupación.
–Vengo a verlo, señor Holmes, porque me enteré de que usted es infalible en averiguar lo imposible.
–El mejor razonador de Gran Bretaña –confirmé yo.
–No le haga caso, es el Dr. Watson y es quien mejor habla de mí. Pero más allá de falsas modestias, digamos que resolví varios casos importantes. ¿Qué necesita?
–Señor Holmes, se trata de una desaparición misteriosa: mi novio desapareció el día del casamiento, justo antes de que empezara la ceremonia. No se apure a pensar cosas equivocadas, como mi madre. No había ningún motivo para que me abandonara. Él estaba más decidido que yo a casarse. Además, pasó a buscarme minutos antes; lo vi subir a su carruaje, donde viajó hasta la iglesia detrás del nuestro..., y cuando llegamos, el cochero abrió la puerta... y no estaba.
Sherlock y yo escuchamos con atención toda su historia. En mi libreta de anotaciones escribí lo siguiente:
✓✓El padre de María Suth había muerto y dejado para la familia un próspero negocio de vinos, que ahora manejaba el hermano de María, apenas un año menor que ella.
✓✓María sabía escribir a máquina y contribuía con la economía de su casa haciendo copias por encargo.
✓✓María conoció a su novio, Ángel, en un baile.
✓✓El hermano se oponía al matrimonio, por lo que nunca quiso conocer a Ángel.
✓✓Por trabajo, Ángel se iba cada tanto de la ciudad, así que la relación entre los novios era más que nada por carta.
✓✓Todos los días, María recibía una carta escrita en una vieja máquina Remington, parecida a la que usaba ella para trabajar.
✓✓Ella le contestaba cada tres o cuatro días.
✓✓María no sabía dónde vivía su novio: las cartas iban siempre a una casilla de correos.

Cuando Sherlock le pidió una descripción de Ángel, la joven sacó un aviso en el que pedía noticias de él, en el diario del sábado pasado.
–Déjeme alguna de las cartas que Ángel le escribía y el aviso del diario.
–Aquí tiene, señor Holmes. Gracias.
Yo me quedé releyendo lo que había registrado. Nada me indicaba dónde podía encontrar a Ángel. Mientras Sherlock seguía pensando y fumando su pipa, leí la descripción del novio publicada en el diario:

En estos datos me había detenido cuando Holmes dijo:
–Ya está, Watson. Por el momento, encargaré vino por carta al hermano de María.
Dos días después, Holmes leía la carta que le habían enviado del negocio del señor Suth.
–El hermano de la señorita Suth vendrá hoy, Watson.
Sherlock me dio la carta del negocio de vinos, y una de las que Ángel había enviado a su novia; pero no esperó a que dijera nada.
–Observe; la r y la e están raras, y a la l le pasa algo... Es la misma máquina de escribir...
–Entonces, Ángel...
–Nunca existió, mi querido Watson.
–Por eso era tan callado, para que María no lo reconociera.
–Veremos, hoy, si el bigote es postizo.
–Y los lentes oscuros...
–Elemental, mi querido Watson.
–Y por eso no quería verla, simulaba largos viajes...
–Elemental. No hay duda de que se trata de un impostor.
–Sí, pero, ¿por qué el hermano?
–¿Quién otro podría tener un motivo para semejante broma, con desaparición incluida?
–No sé, Sherlock.
–El señor Suth no quiere socios en el negocio que heredó del padre. El casamiento de su hermana lo obligaría a compartir las ganancias con un desconocido. Para evitarlo, pensó un desengaño con final abierto. Difícil de reponerse. María nunca sabrá si Ángel volverá. Por lo que dice en las cartas, cualquier mujer de Londres lo esperaría por muchos años... Hoy tendremos a ese sinvergüenza aquí, Watson. En una hora...
                        
                                                                                         Sir Arthur Conan Doyle (adaptación).



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