Un caso de identidad
Arthur Conan Doyle
(1859- 1930)
Sherlock Holmes miraba
disimuladamente por la ventana para afuera, cuando dijo:
–¡Una clienta! Ese caminar
inseguro, esa expresión de duda en aquella mujer,
me hacen pensar que necesita un
consejo.
Efectivamente, después del
timbre, entró. Mostraba gran preocupación.
–Vengo a verlo, señor Holmes,
porque me enteré de que usted es infalible en averiguar lo imposible.
–El mejor razonador de Gran
Bretaña –confirmé yo.
–No le haga caso, es el Dr.
Watson y es quien mejor habla de mí. Pero más allá de falsas modestias, digamos
que resolví varios casos importantes. ¿Qué necesita?
–Señor Holmes, se trata de una
desaparición misteriosa: mi novio desapareció el día del casamiento, justo
antes de que empezara la ceremonia. No se apure a pensar cosas equivocadas,
como mi madre. No había ningún motivo para que me abandonara. Él estaba más
decidido que yo a casarse. Además, pasó a buscarme minutos antes; lo vi subir a
su carruaje, donde viajó hasta la iglesia detrás del nuestro..., y cuando
llegamos, el cochero abrió la puerta... y no estaba.
Sherlock y yo escuchamos con
atención toda su historia. En mi libreta de anotaciones escribí lo siguiente:
✓✓El padre de María Suth había muerto y dejado para
la familia un próspero negocio de vinos, que ahora manejaba el hermano de
María, apenas un año menor que ella.
✓✓María sabía escribir a máquina y contribuía con la
economía de su casa haciendo copias por encargo.
✓✓María conoció a su novio, Ángel, en un baile.
✓✓El hermano se oponía al matrimonio, por lo que
nunca quiso conocer a Ángel.
✓✓Por trabajo, Ángel se iba cada tanto de la ciudad,
así que la relación entre los novios era más que nada por carta.
✓✓Todos los días, María recibía una carta escrita en
una vieja máquina Remington, parecida a la que usaba ella para trabajar.
✓✓Ella le contestaba cada tres o cuatro días.
✓✓María no sabía dónde vivía su novio: las cartas
iban siempre a una casilla de correos.
Cuando Sherlock le pidió una
descripción de Ángel, la joven sacó un aviso en el que pedía noticias de él, en
el diario del sábado pasado.
–Déjeme alguna de las cartas que
Ángel le escribía y el aviso del diario.
–Aquí tiene, señor Holmes.
Gracias.
Yo me quedé releyendo lo que
había registrado. Nada me indicaba dónde podía encontrar a Ángel. Mientras
Sherlock seguía pensando y fumando su pipa, leí la descripción del novio
publicada en el diario:
En estos datos me había detenido
cuando Holmes dijo:
–Ya está, Watson. Por el momento,
encargaré vino por carta al hermano de María.
Dos días después, Holmes leía la
carta que le habían enviado del negocio del señor Suth.
–El hermano de la señorita Suth
vendrá hoy, Watson.
Sherlock me dio la carta del
negocio de vinos, y una de las que Ángel había enviado a su novia; pero no esperó
a que dijera nada.
–Observe; la r y la e están
raras, y a la l le pasa algo... Es la misma máquina de escribir...
–Entonces, Ángel...
–Nunca existió, mi querido
Watson.
–Por eso era tan callado, para
que María no lo reconociera.
–Veremos, hoy, si el bigote es
postizo.
–Y los lentes oscuros...
–Elemental, mi querido Watson.
–Y por eso no quería verla,
simulaba largos viajes...
–Elemental. No hay duda de que se
trata de un impostor.
–Sí, pero, ¿por qué el hermano?
–¿Quién otro podría tener un
motivo para semejante broma, con desaparición incluida?
–No sé, Sherlock.
–El señor Suth no quiere socios
en el negocio que heredó del padre. El casamiento de su hermana lo obligaría a
compartir las ganancias con un desconocido. Para evitarlo, pensó un desengaño
con final abierto. Difícil de reponerse. María nunca sabrá si Ángel volverá.
Por lo que dice en las cartas, cualquier mujer de Londres lo esperaría por
muchos años... Hoy tendremos a ese sinvergüenza aquí, Watson. En una hora...
Sir
Arthur Conan Doyle (adaptación).
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